Tras la presentación en sociedad de este nuevo blog, creo que era de justicia dedicar la primera entrada del mismo a la persona más maravillosa que he conocido en mi vida y con la que espero pasar el resto de mis días, aproximadamente unos 100 ó 200 años más, antes de arrugarme como un pasa. Tic, toc, tic, toc... vale, no penséis más que no sois ninguno de vosotros, aunque candidatos no faltan. Esa personita se llama Olivia y, aunque su apellido sea Martínez, fácilmente podría ser de Havilland (la tierra de Javi, en inglés) (no hace falta que aplaudais la coña, sé que es buena). Hace año y medio, tomé, con su consentimiento, la que creo que va a ser la decisión más acertada de mi azarosa existencia (no voy a concretar, de momento, porque me pondré bizcochón y no es plan). ¿Que cuál es esa decisión? Como ya sabeis muchos-as-is, me casaré con ella el próximo 20-S, que no es que Bin Laden vaya a ponernos una bomba camuflada en las arras, sino que contraemos matrimonio el 20 de septiembre. Hasta que la conocí a ella, nunca me había planteado seriamente la idea de que algún día podría pasar por el altar, aunque tengo claro que dar este paso con ella alcanza dimensiones que rozan para mí la absoluta perfección y felicidad.
Quiso el destino que la conociera en el lugar de mis sueños, aquel que siempre llevaré impreso en un trocito de mi corazón por muy cerca o lejos que me lleve la vida: el Perellonet. Lugar que siempre tendré en mis oraciones (¿?) y cuya huella indeleble siempre guardaré dentro de mí, por las maravillosas gentes que allí habitan y cohabitan, con su arena y su mar, mi piel y mi sangre que llevo allá donde vaya en mis pensamientos. Allí estaba ella y no me pregunten cómo surgió todo, porque es algo complicado, aunque sí que recuerdo que es la experiencia más maravillosa que jamás haya tenido. Una mirada, una sonrisa, su olor a fresas frescas, caricia por aquí, caricia por allá y... a pedir día y hora a San Agustín y al Alameda Palace. Bueno, disculpen el salto temporal. Entre unas cosas y otras, pasaron 10 años que para mí han sido como 10 minutos. ¿Que 10 minutos son pocos? Bueno, la escena de Molin Rouge en el ático de Satin dura 10 minutos y yo, con Olivia, me siento tan afortunado como el escritor de esta afortunada novela en esa habitación. Con final feliz, claro, que ahora existen medicamentos para la tos...
El hombre más afortunado de la Tierra... ése soy yo y aquí lo proclamo!!!!! Sinceramente, creo que he tenido más suerte que ella al encontrarnos y yo sé que no le gusta que ponga esto, aunque tendrá que disculparme. Si no te gusta, lo borro. Bueno, ya no puedo. Continúo. Me siento un privilegiado de poder compartir mi vida con una persona tan generosa, simpática, bonita, comprensiva e inteligente y no necesariamente en este orden. Si, encima, tengo la suerte de contar con amigos, no sé si muchos o pocos, casi casi casi casi tan magníficos como ella, algunos mis añorado(s) hermanos, es que algo habré hecho bien en la vida. Digo yo...
En fin, decía que no me iba a poner bizcochón y he terminado como un sobao pasiego. Nos vemos en próximas ediciones y a ti, Olivia, te veo el día que salga pronto de trabajar...
PD1: Valga, al ser las 2:00 horas de la noche de San Valentín, como el regalo no entregado en el citado día.
PD2: No quiero represalias en el trabajo con todo lo escrito arriba. Lo asumiré hasta las últimas consecuencias, incluso que Aitor decida publicarlo en su blog.
PD3: Ver posdata 1.
Quiso el destino que la conociera en el lugar de mis sueños, aquel que siempre llevaré impreso en un trocito de mi corazón por muy cerca o lejos que me lleve la vida: el Perellonet. Lugar que siempre tendré en mis oraciones (¿?) y cuya huella indeleble siempre guardaré dentro de mí, por las maravillosas gentes que allí habitan y cohabitan, con su arena y su mar, mi piel y mi sangre que llevo allá donde vaya en mis pensamientos. Allí estaba ella y no me pregunten cómo surgió todo, porque es algo complicado, aunque sí que recuerdo que es la experiencia más maravillosa que jamás haya tenido. Una mirada, una sonrisa, su olor a fresas frescas, caricia por aquí, caricia por allá y... a pedir día y hora a San Agustín y al Alameda Palace. Bueno, disculpen el salto temporal. Entre unas cosas y otras, pasaron 10 años que para mí han sido como 10 minutos. ¿Que 10 minutos son pocos? Bueno, la escena de Molin Rouge en el ático de Satin dura 10 minutos y yo, con Olivia, me siento tan afortunado como el escritor de esta afortunada novela en esa habitación. Con final feliz, claro, que ahora existen medicamentos para la tos...
El hombre más afortunado de la Tierra... ése soy yo y aquí lo proclamo!!!!! Sinceramente, creo que he tenido más suerte que ella al encontrarnos y yo sé que no le gusta que ponga esto, aunque tendrá que disculparme. Si no te gusta, lo borro. Bueno, ya no puedo. Continúo. Me siento un privilegiado de poder compartir mi vida con una persona tan generosa, simpática, bonita, comprensiva e inteligente y no necesariamente en este orden. Si, encima, tengo la suerte de contar con amigos, no sé si muchos o pocos, casi casi casi casi tan magníficos como ella, algunos mis añorado(s) hermanos, es que algo habré hecho bien en la vida. Digo yo...
En fin, decía que no me iba a poner bizcochón y he terminado como un sobao pasiego. Nos vemos en próximas ediciones y a ti, Olivia, te veo el día que salga pronto de trabajar...
PD1: Valga, al ser las 2:00 horas de la noche de San Valentín, como el regalo no entregado en el citado día.
PD2: No quiero represalias en el trabajo con todo lo escrito arriba. Lo asumiré hasta las últimas consecuencias, incluso que Aitor decida publicarlo en su blog.
PD3: Ver posdata 1.
3 comentarios:
El torrente se muestra. Ojalá tu incursión bloggera no se quede, como la de otros, en un intento vacío de expresión.
Por otra parte, pensaba que eras más hombre tras escuchar tus comentarios de Onán y no un blandengue churrero con calzones tamaño la veneno.
So...welcome...
Bienvenido a la blogosfera. Inicio pastelón que esperemos pronto se convierta en incontinencia escritora con filtros de humor y rajes de nivel.
Saludos célticos
¡Bueno, qué sorpresita me he llevado! Menudo regalo para mis ojos. Javier está en el interné para asombro de propios y remilgos zafios de extraños. Alabado sea aquel que lea lo que sale de su pluma afilada y cortante cual viento de enero. Esto promete. Por cierto, leyendo lo de Oli se me ha puesto la piel de gallina clueca...
Besos y abrazos
El Marqués
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